Obama, llámame por favor
Escrito por José María Gruber
{xtypo_dropcap}L{/xtypo_dropcap}a estrategia ha funcionado, pero, ni aún así, los resultados son los esperados. El rechazo a las medidas anunciadas por el Gobierno es unánime. Las razones son variadas, algunas coincidencias también. Unas van al fondo. A la debilidad del Gobierno para defender nuestra economía ante las agresiones externas. Las menos.
Otras sólo hablan de tardanza. Unas pocas denuncian las consecuencias negativas que tales medidas van a producir en los de siempre, en los trabajadores, en los pensionistas, en las personas dependientes. Y, aprovechando que pasa el Pisuerga, otros añaden a la riada sus manidas pretensiones. Si estas medidas se presentan como inevitables, algunos recuerdan que hay otras que, según su opinión (o sus deseos), también lo son. Es inevitable y urgente la reforma laboral, dicen a coro.
Está claro cuáles son las pretensiones de los empresarios: reducir los costes salariales Y es posible que todavía haya quienes les comprendan, aunque nos hayan dejado claro que ellos siempre van a lo suyo, caiga quien caiga, y que la reforma laboral que exigen sólo les va a beneficiar a ellos. Lo ponen como condición para crear empleo, pero no aseguran que lo vayan a crear, y menos aún, empleos de calidad, de los que no se tambalean cuando llegan las crisis. Lo venimos comprobando día a día, mes a mes, año tras año, reforma laboral tras reforma laboral.
Los empresarios no son hermanitas de la caridad. Saben que la reforma laboral no va a solucionar ni el déficit ni la deuda del estado, ni el endeudamiento de los particulares. Su objetivo es aprovechar para empujarnos a los trabajadores a un escalón inferior, para que, cuando se salga de la crisis, partamos de más abajo en nuestras reivindicaciones que, mal que les pese, seguirán siendo inevitables. El Gobierno ha optado por lo más fácil, ya que no teme la respuesta de los trabajadores y trabajadoras, pues antes se ha asegurado de que los sindicatos UGT y CCOO no se van a mover, como les correspondería, ante tamaña agresión.
También ha aprovechado el momento en que la incapacidad del PP de generar confianza y expectativas de futuro en la población se pone más de manifiesto. Las proclamas incendiarias de Rajoy en el Congreso ya no le asustan. Zapatero se ha mostrado “fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. Una expresión precisa y acertada. Hacer pagar a los que más tienen no está sobre la mesa, “aunque no lo descartan”. ¿A qué esperan?. Pero, sobre todo, lo que no se le pasa por la cabeza es penalizar la especulación, ni siquiera cuando llega al extremo de poner en peligro toda la economía del país, arremeter con medidas y no sólo con discursos contra los buitres que se esconden bajo esa abstracta e impersonal expresión de “los mercados”. “Obama me ha llamado”. Ha sido el golpe de efecto, la llamada del Presidente USA.
Todo un símbolo de vasallaje y sumisión. Como si a Obama le preocupasen especialmente los avatares de la economía española y, menos aún, los del euro, la moneda que podía hacer competencia a su dólar. Pero, Obama ha llamado. Era la guinda que faltaba para poder decir que las medidas son inevitables. Que las circunstancias han “obligado” a Zapatero a renunciar a todos sus principios, a tragarse todas las afirmaciones que durante estos últimos dos años ha venido haciendo de que no iba a tocar los gastos sociales ni recortar los derechos de los trabajadores.
Ha esperado hasta el último momento para presentarse, sutilmente, como víctima de su propia “responsabilidad y sentido de estado”. Dicen que primero Zapatero dejó el siguiente mensaje en el contestador de Obama: “Por favor, llámame”.
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