Este martes 1 de octubre, Torrelavega ha vivido uno de los días más amargos de su historia democrática reciente. Por vez primera, un equipo de gobierno -el PP, que gobierna en débil minoría con el apoyo del PSOE, repitiendo a la inversa el mismo pacto que en la anterior legislatura- ha celebrado el pleno en solitario, después de que la oposición en bloque abandonase el pleno, incluyendo a los socialistas.
En esta situación, a todas luces políticamente insostenible -las consecuencias todavía están por ver- y de una gravedad difícil de evaluar en caliente, solo parece haber dos salidas para el equipo regido por Ildefonso Calderón: la dimisión o una hipotética moción de censura que, por matemática, es imposible sin el apoyo del PSOE.
Teniendo en cuenta que PSOE y PRC han mantenido siempre unas rencillas del todo irreconciliables, no parece muy probable que pueda prosperar una moción de censura, por lo tanto quizá habría que apelar al sentido de la responsabilidad del alcalde y su equipo, para que de forma voluntaria optasen por abandonar sus cargos, antes de que la tensa situación que se vive en Torrelavega a causa de la terrible crisis laboral y económica que asola a la ciudad, genere problemas y conflictos de mayor calado que nadie desea.
La responsabilidad de un gobernante, a todos los niveles desde el nivel local, regional, nacional e internacional, pasa por conocer, aceptar y superar (si puede) sus propias limitaciones y capacidades de gestión en momentos difíciles.
Si esas limitaciones no pueden superarse, o si las capacidades de gestión son manifiestamente inferiores a lo que requiere la situación, es mejor abandonar el timón del barco y ceder el testigo a otro capitán, quizá con más pericia para conducir el barco a buen puerto, intentando evitar que el barco se estrelle contra las rocas y se parta en mil pedazos.
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