El aislamiento no es una buena política. No lo es ni desde el punto de vista personal, donde un solo individuo no puede vivir como si fuera una isla, ni tampoco a nivel de país, sin contar con la comunidad internacional. Tampoco es buena política desde el punto de vista de la propia política. Los gobernantes, sin embargo, están optando por el aislamiento.
El lunes 2 de agosto el ministro de Industria visitó Cantabria pero prefirió pasar de largo, con su comitiva y su coche oficial, sin prestar atención a los trabajadores de Sniace que se manifestaban en la calle, e ignorando también, en La Magdalena, a los colectivos contrarios a la polémica técnica de la fractura hidráulica (‘fracking’). Ese aislamiento, esa vida en una burbuja ajena a la vida real de los ciudadanos, tiene un tremendo peligro.
Con la desafección ciudadana creciendo y multiplicándose por miles las personas que, literalmente, no tienen nada que perder, esa ira acumulada puede acarrear más de un disgusto.
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